¿Alguna vez has oído hablar del concepto de suelo pegajoso en el ámbito laboral? Una buena manera de ejemplificarlo es mediante el siguiente acertijo: un padre y su hijo tienen un accidente de coche. El padre muere en el acto, pero se llevan al hijo al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia. Para ello, llaman a una eminencia médica, pero cuando esta persona entra en el quirófano asegura que no lo puede operar, porque es su hijo.
¿No te cuadra la historia? ¿No sabes quién puede ser esta eminencia médica? El 86% de los estudiantes a los que la Universidad de Boston planteó esta adivinanza también falló la respuesta.
Es probable que hayas deducido que la eminencia era un hombre y no se te haya ocurrido pensar que podría ser una mujer y, por tanto, la madre del menor accidentado. Esto es consecuencia del suelo pegajoso y los cánones preestablecidos en el mercado de trabajo. Pero, ¿en qué consiste exactamente este fenómeno?
El suelo pegajoso o sticky floor es un término relacionado con la desigualdad de género en el mercado de trabajo. Este concepto fue introducido por primera vez en 1992 por la doctora en Sociología Catherine Berheide en un informe para Centre for Women in Government.
En concreto, hace referencia a las dificultades que tienen las mujeres en comparación con los hombres para abandonar los puestos de trabajo más precarios, con mayor temporalidad o con peor remuneración. Es decir, las estadísticas a nivel global muestran que las trabajadoras son las que ocupan las actividades de la economía informal o los sectores de actividad con peores condiciones, acaparan la mayoría de las jornadas reducidas o empleos temporales y ejercen los roles laborales con remuneraciones más bajas.
Esta realidad tiene múltiples manifestaciones. Por un lado, se debe a las mayores responsabilidades que asume el colectivo femenino en el ámbito privado. Y es que, según el informe Las desigualdades y el mundo del trabajo (2021) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las mujeres dedican una media de cuatro horas y 25 minutos al día a tareas de cuidado no remuneradas, mientras que los hombres dedican una hora y 23 minutos a estas mismas actividades. De este modo, esto les impide disponer del tiempo suficiente para formarse y avanzar en su carrera laboral.
Por otro lado, las mujeres tradicionalmente han sido quienes asumen el cuidado y crianza de los hijos. Esto mismo provoca que, aún en la actualidad, cuando una pareja tiene un hijo, en muchas ocasiones sigue siendo la mujer la que abandona su puesto de trabajo, pide una excedencia o solicita una reducción de la jornada para hacerse cargo del bebé, algo que puede limitar también sus opciones de crecimiento profesional.
En Europa, por ejemplo, la tasa de empleo en las mujeres sin hijos se sitúa en el 76,8% y en el 80,9% para los hombres, según datos de 2020 de Eurostat. Sin embargo, conforme la familia se amplía, la brecha entre el empleo femenino y masculino aumenta. De hecho, solo el 59,1% de mujeres con tres o más hijos está trabajando, mientras que la tasa de ocupación de los varones con tres o más hijos no desciende, sino que incluso aumenta al 86,7%. De ahí que, por ejemplo, en algunas entrevistas de trabajo, las candidatas todavía sean preguntadas por su voluntad de tener hijos, mientras que esta cuestión no se plantea a los aspirantes varones.
No obstante, el suelo pegajoso también se origina por la feminización de determinados puestos de trabajo. Tradicionalmente, las mujeres han desempeñado el rol de madres, cuidadoras y amas de casa y, por ello, se las ha solido asociar a los empleos en áreas de actividad como la asistencia social, la limpieza o la educación. Por ejemplo, a nivel mundial, tres de cada cuatro trabajadores domésticos son mujeres y ganan poco más de la mitad del salario medio mensual de los empleados de otros sectores, según el informe Making decent work a reality for domestic workers (2021) de la Organización Nacional de las Naciones Unidas (ONU).
Además, estas ramas de actividad coinciden en muchas ocasiones con los estratos más bajos y peor pagados del mercado de trabajo. En este sentido, cabe destacar que, aunque las mujeres realizan el 66% del trabajo en el mundo y producen el 50% de los alimentos, solo reciben el 10% de los ingresos y poseen el 1% de la propiedad, lo que provoca que la brecha salarial entre hombres y mujeres sea del 24%, según datos de Amnistía Internacional.
Junto al suelo pegajoso, que limita el desarrollo profesional de las mujeres en la base, la igualdad de género también está limitada en la cúspide. Es lo que se conoce como techo de cristal o glass ceiling, un concepto acuñado por la consultora empresarial Marilyn Loden en 1978 para ilustrar las dificultades que tienen muchas profesionales para acceder a cargos directivos.
De esta manera, mientras el suelo pegajoso retiene a las mujeres en determinados puestos de trabajo, como si de una especie de arenas movedizas se tratara, el techo de cristal bloquea sus aspiraciones profesionales, como una barrera invisible instaurada por las construcciones sociales arraigadas durante siglos. En este sentido, solo uno de cada cuatro directivos de empresas es mujer o las mujeres líderes necesitan entre tres y cinco años más que los hombres para llegar a ser CEO, según el informe Haciendo visible lo invisible (2021) de Oliver Wyman. Lo mismo ocurre en la esfera pública: solo en 22 países de todo el mundo hay Jefas de Estado o de Gobierno, de acuerdo con ONU Mujeres.
Lo cierto es que ambas situaciones se retroalimentan: si las mujeres asumen más responsabilidades familiares, no tienen la disponibilidad suficiente que requiere un cargo ejecutivo. Y, al mismo tiempo, si tienen mayores obstáculos para escalar en la estructura jerárquica del mercado de trabajo, terminan asumiendo puestos de trabajo más precarios.
Este bucle laboral que sufren muchas mujeres no tiene por qué ser una constante. Sin duda, gran parte del problema del suelo pegajoso o del techo de cristal proviene de convenciones sociales fuertemente arraigadas que requieren de un necesario cambio cultural hacia la igualdad de género a través de políticas empresariales y gubernamentales adecuadas. Sin ir más lejos, si la brecha de género desapareciera, se añadiría al PIB mundial entre 12 y 28 billones de dólares en 2025, según un estudio del Bank of America.
La capacitación es una de las principales armas a tu disposición para lograr escapar de estos estereotipos de género: a mayor formación, menor desigualdad. En concreto, la brecha laboral de género entre hombres y mujeres con un bajo nivel educativo fue de 22,5 puntos porcentuales, más del triple de la brecha laboral entre hombres y mujeres con una alta educación (que fue de 6,4 puntos), de acuerdo con Eurostat. Además, en la actualidad, la formación digital está más presente que nunca, facilitando a las profesionales oportunidades de desarrollo online que pueden afrontar de forma personalizada mientras se “despegan” del suelo pegajoso.
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