En la actualidad, se habla mucho del pensamiento creativo y la búsqueda de nuevas ideas. Sin embargo, no debemos olvidar que, en muchas ocasiones, el camino más rápido para llegar de A a B es una línea recta. Es decir, el fomento de la innovación no significa que haya que defenestrar el uso de la lógica, de la experiencia adquirida. Y esto es lo que propone el pensamiento convergente: utilizar la información existente para resolver problemas.
En este sentido, el pensamiento convergente no se trata simplemente de encontrar una única respuesta correcta, sino de canalizar la creatividad y la capacidad analítica hacia una solución definida y eficaz ―una fusión estratégica de creatividad y análisis que adquiere una mayor relevancia al considerar las demandas actuales del mercado laboral―. Y es que, tanto la creatividad como el pensamiento analítico se sitúan en la cima de las habilidades más demandadas por las empresas para los próximos años. Así lo pone de manifiesto, entre otros, el informe Future of Jobs Report 2023, del World Economic Forum.
Ten en cuenta que, en un entorno en constante cambio, las organizaciones necesitan nuevos enfoques, pero también acciones rápidas que den respuestas ágiles y efectivas a los incesantes problemas que se presentan. Es aquí donde el pensamiento convergente entra en acción. Ahora bien, para que su uso sea realmente útil, es importante saber en qué consiste exactamente y cuándo y cómo desarrollarlo. Si no, esta técnica puede dejarte atrapado en una indeseada zona de confort.
El pensamiento convergente se refiere a un enfoque lógico y analítico para resolver problemas. Es decir, esta metodología se centra en encontrar la solución óptima a una cuestión específica a partir del empleo de la información precedente, la deducción y la evaluación crítica. En este sentido, el máximo exponente del pensamiento convergente sería las matemáticas, donde el resultado de una misma operación concreta es invariable. Y es que, dos más dos, siempre va a ser cuatro.
Su origen data de mediados del siglo pasado. En concreto, fue el psicólogo estadounidense Joy Paul Guilford quien desarrolló la teoría del pensamiento convergente y divergente. En ella, distinguía dos formas de llevar a cabo el proceso intelectual: generando nuevas alternativas o elaborando respuestas a partir de los datos preexistentes. Algo así como pensar dentro o fuera de la caja.
De este modo, el pensamiento divergente implica generar múltiples ideas, explorando diferentes posibilidades sin restricciones. Dicho de otro modo, en el también denominado pensamiento lateral, no hay barreras. Esto significa que el número de soluciones es infinito; aunque muchas de ellas serán descabelladas, otras, disruptivas.
Por su parte, el pensamiento convergente se enfoca en la evaluación y selección de una única solución efectiva a través de un proceso mental estructurado. De ahí que también se le conozca como pensamiento vertical. Por tanto, los resultados posibles son finitos y se consiguen a través del análisis de una información previa que garantiza que la propuesta es factible.
Entre las ventajas de la mente analítica, el pensamiento convergente destaca por las siguientes características:
Ahorro. Asimismo, el pensamiento convergente necesita menos recursos para llegar a una conclusión. Junto con esto, su puesta en marcha, al nacer de conocimientos ya existentes, es también más económica en cuanto a tiempo, inversión financiera o esfuerzo. Resulta más absorbente construir una casa desde sus cimientos que reformar una ya edificada, ¿verdad?
En cualquier caso, conviene resaltar que no se trata de dos modelos de análisis incompatibles. Al contrario, es necesario desarrollar tanto el pensamiento convergente como el divergente y aprender en qué contextos es mejor aplicar uno, otro o ambos. Imagina que vas a poner en marcha un nuevo producto: puedes plantear actualizaciones o nuevas versiones de un artículo precedente a partir de la información recopilada sobre la satisfacción del cliente. Eso sí, esto puede provocar que te estanques, que no sepas adaptarte a los nuevos desafíos o que repliques errores del pasado. Por eso, es imprescindible completar el estudio analítico con el creativo, incorporando ideas rompedoras que no tengan nada que ver con lo hecho hasta el momento.
Debido a las características que presenta el pensamiento convergente, es muy útil en determinadas situaciones. En concreto, se debe utilizar cuando estamos ante problemas cerrados, es decir, que tienen un rango de respuestas acotado. Por ejemplo, en un examen tipo test, utilizas este tipo de pensamiento: A, B o C, no hay más margen. Asimismo, si tienes que buscar el target de tu empresa, el perfil también se encajará en una serie de parámetros: hombre/mujer, mayor o menor de x años, de una u otra ciudad, etc.
Por otro lado, el pensamiento convergente es también recomendable en situaciones de crisis o que requieren una acción rápida, ya que permite obtener respuestas ágiles al disponer de opciones limitadas. Esto es especialmente reseñable si, además, en la toma de decisiones participan muchas personas. Por ejemplo, si hay una fuga en una máquina, no es el momento de plantear alternativas innovadoras futuribles, sino que es necesario aplicar el conocimiento disponible para repararla cuanto antes. Otra cosa es que más adelante se pueda llevar a cabo un proceso de pensamiento divergente para optimizar el funcionamiento de la máquina.
¿Y cómo se pone en práctica el pensamiento convergente? Al fundamentarse en la lógica, este análisis sigue un proceso estructurado que está compuesto por las siguientes fases:
Como ves, el pensamiento convergente es una habilidad crucial para resolver problemas de manera efectiva y lógica. Al dominar este tipo de pensamiento, puedes abordar desafíos con confianza y eficiencia, ofreciendo soluciones sólidas y efectivas. De ahí que sea una técnica valiosa para profesionales y estudiantes.
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