Con mucha frecuencia, en conversaciones informales, decimos o escuchamos aquello de "estoy quemado", en otras ocasiones acompañado de un "no puedo más" o "está situación me supera". Al igual que estar triste no es lo mismo que tener una depresión, aunque en ocasiones digamos que estamos "depres" cuando lo que ocurre es que algo o alguien nos ha contrariado o algo no ha salido como nos hubiera gustado, el burnout o síndrome de estar quemado es un trastorno cada vez más frecuente en el ámbito laboral y no es algo puntual, sino que se alarga en el tiempo. Se trata por tanto de un estado de agotamiento físico, emocional y mental causado por el estrés crónico en el trabajo.
Los principales síntomas son el cansancio extremo, la falta de motivación, el cinismo o escepticismo y la sensación de no rendir de forma efectiva. También pueden manifestarse problemas de concentración, abandono de actividades que antes eran placenteras, absentismo laboral, irritabilidad y aislamiento social. A lo que hay que añadir que cada persona va a experimentar estos síntomas u otros de forma personalizada, es decir que dos personas con burnout pueden vivirlo de formas antagónicas, aunque el problema se el mismo.
Como se puede imaginar, si no se trata a tiempo, este desgaste puede derivar en ansiedad, depresión e incluso pensamientos suicidas. A nivel profesional, se asocia con una disminución del compromiso con el trabajo, errores constantes, conflictos interpersonales y un deseo frecuenta de abandonar el trabajo o de no acudir a él.
Por ello, es fundamental estar atento y detectar los signos tempranos de agotamiento para prevenir un impacto negativo tanto en la salud como en la relación que tenemos con nuestro trabajo. Aunque cualquier trabajador puede sufrir burnout, ciertos perfiles son más vulnerables que otros.
Los puestos de alta responsabilidad y las trayectorias profesionales consolidadas son algunos de los perfiles con mayor riesgo de desarrollar desgaste laboral.
En el caso de los directivos y mandos intermedios, las presiones por cumplir objetivos, tomar decisiones difíciles y manejar situaciones de crisis constantes pueden pasar factura. La sensación de que todo depende de uno mismo puede ser agotadora de por sí, pero también la forma en la que se afronta la responsabilidad puede marcar la diferencia.
Por otro lado, los profesionales con años de experiencia en un campo pueden caer en la monotonía y el hastío. La rutina, la falta de nuevos desafíos, el desencanto, las expectativas no cumplidas y la sensación de tener que demostrar su valía continuamente frente a perfiles más jóvenes también es estresante.
Además, estos perfiles suelen vincular fuertemente su identidad y autoestima al éxito profesional a lo que hay que añadir la presión por conseguir el éxito y las expectativas ajenas por conseguirlo cuando se alcanzan ciertos puestos de responsabilidad. Por ello, tienen más dificultades para reconocer que están agotados y pedir ayuda, ya que temen que esto se perciba como debilidad o fallo personal por parte de los demás.
De ahí la importancia de normalizar y aprender a gestionar el burnout en ambientes exigentes. El bienestar debe ser una prioridad, independientemente de la posición profesional que uno ocupe.
Aunque no existe una solución única, casi nunca las hay, sí que hay un primer paso: preguntarse por aquellos aspectos tanto de la situación, como de nuestra estrategia de afrontamiento de la misma que podemos controlar, ya sea parcial o completamente.
Una forma de empezar es que saber que existen numerosos estudios sobre el tema y que la diferencia entre pasar una mala racha a estar quemado está en la forma de afrontar las situaciones. Por tanto existen hábitos y pautas que podemos incorporar para evitar llegar al límite del agotamiento, algunos básicos son:
1. Establecer límites saludables en el trabajo. Fijar horarios razonables, delegar tareas y aprender a decir no cuando sea necesario.
2. Desconectar digitalmente fuera del horario laboral. Evitar responder emails o mensajes trabajo durante las noches o fines de semana.
3. Planificar periodos de descanso y vacaciones. Incluso pequeñas escapadas o días libres periódicos ayudan a recargar pilas.
4. No descuidar las relaciones personales y las aficiones que nos generen bienestar.
5. Adoptar hábitos saludables de sueño, alimentación y ejercicio físico. Un cuerpo cuidado refuerza la mente.
6. Practicar la atención plena y la meditación para gestionar pensamientos intrusivos.
7. Buscar apoyo profesional si los síntomas de _burnout_ se agravan o cronifican. No hay que tener miedo o vergüenza en pedir ayuda.
Algún lector puede plantearse que no puede hacer algunas de estas cosas, pero la pregunta es, ¿ninguna?
Históricamente, admitir que se sufre de agotamiento o ansiedad en el trabajo ha sido un tabú, ya que como hemos dicho se asocia erróneamente no sólo con debilidad o falta de compromiso, sino también con viejos patrones de masculinidad que responden a estereotipos del hombre como ser reservado, indolente e inexpresivo ante ciertas emociones.
Sin embargo, como bien sabemos la salud mental es tan importante como la salud física para nuestro bienestar, por tanto deberíamos tener la misma preocupación por prevenir y atender los problemas mentales como por cualquier otro trastorno.
La organización del trabajo, y por ende, las organizaciones, tienen un papel clave en eliminar el estigma alrededor de este tema. Se pueden, y se deberían, implementar programas de concienciación, facilitar el acceso a ayuda profesional y asegurar que pedir apoyo por agotamiento no conlleve consecuencias negativas dentro de la empresa.
Del mismo modo, los cargos con responsabilidad pueden ser modelos a seguir, visibilizando la importancia del autocuidado y siendo los primeros en normalizar el pedir ayuda si la necesitan.
Cambiar la cultura organizativa requiere un esfuerzo conjunto, pero sus beneficios son enormes. Está bastante estudiado que los entornos laborales donde las personas pueden expresarse y cuidar su bienestar sin tabúes son más productivos, innovadores y presentan menos trabajadores quemados.
El trabajo es una esfera central en la vida de las personas, por tanto las empresas tienen un gran impacto en la salud mental de sus trabajadores. Por lo que es clave implementar iniciativas para prevenir y manejar el síndrome de estar quemado. Una buena forma de empezar puede ser mediante:
1. Evaluaciones periódicas de clima laboral donde se pueda reportar agotamiento.
2. Programas de flexibilidad horaria y teletrabajo cuando sea posible.
3. Actividades para reducir el estrés: sesiones de yoga, acceso a espacios de descanso.
4. Formación a mandos intermedios para la detección precoz del burnout entre sus equipos.
5. Canales confidenciales de asesoramiento psicológico y programas de ayuda al empleado.
6. Fomentar una cultura que valore los límites, la conciliación y donde pedir ayuda no esté mal visto.
7. Revisar las cargas de trabajo y asegurar una dotación de plantilla suficiente.
8. Recompensar y celebrar los logros, no solo señalar los errores.
Al igual que con las recomendaciones individuales, no todas las empresas pueden asumir muchas de estas propuestas, pero cabe preguntarse, ¿tampoco se puede asumir ninguna?
Para concluir, es importante que todos los actores del mundo laboral --trabajadores, directivos, empresas-- interioricemos que priorizar la salud mental de las personas no solo es ético sino también beneficioso. Las organizaciones que promueven entornos psicosocialmente saludables cultivan empleados más creativos, comprometidos y productivos.
Nunca es tarde para que cada uno de nosotros establezca límites y hábitos más saludables y para entender que el autocuidado es una habilidad que se desarrolla paso a paso y a diario. No hay recetas mágicas, pero si medidas que pueden hacer que podamos afrontar el burnout de una manera más efectiva y beneficiosa para nosotros.
Este artículo se ha publicado en The Conversation.
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