¿Cómo imaginas el año 2.150 para las mujeres? ¿Crees que las políticas de equidad e igualdad de género no serán ya necesarias porque no habrá desigualdades entre hombres y mujeres? De acuerdo con las previsiones del Foro Económico Mundial, para entonces, la actual brecha de género estará a punto de desaparecer, ya que, según sus pronósticos, la sociedad necesita al menos 135,6 años para eliminar las desigualdades de género en el mundo.
Si bien puede parecer mucho tiempo, lo cierto es que la equidad y la igualdad de género tienen todavía un gran camino por recorrer. Hasta el día de hoy, solo 14 de las quinientas empresas de la lista Fortune 500 están dirigidas por una mujer y, en el ámbito investigador, menos del 30% de los profesionales de todo el mundo son mujeres. Incluso, en la actualidad hay 27 países donde las mujeres casadas están legalmente obligadas a obedecer a sus maridos.
Ahora bien, ¿sabes a qué se refiere cada concepto? Aunque puedas pensar que son sinónimos, existen importantes matices que los diferencian. A continuación, te detallamos en qué consiste la equidad e igualdad de género.
La igualdad es un derecho fundamental por el cual todas las personas tienen los mismos derechos, responsabilidades y oportunidades. En concreto, tal y como lo recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Por tanto, la igualdad de género supone que no puede existir una desigualdad de trato entre hombres y mujeres, una meta que todavía está lejos de ser una realidad. Por ejemplo, en 88 de 180 países, la legislación no permite que las mujeres puedan trabajar en determinadas profesiones y con las mismas condiciones que los hombres, según el informe Social Institutions and Gender Index de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Asimismo, en aquellos países en los que sí que se aplica una igualdad formal, aún existen algunas barreras invisibles enraizadas en planteamientos culturales e ideológicos tradicionalistas que impiden la igualdad real. Y es que solo el 39% de los trabajadores a nivel global son mujeres, cuando el colectivo femenino representa la mitad de la población mundial, y solo el 28% de los puestos directivos están ocupados por ejecutivas.
Es aquí donde entra en juego el concepto de equidad como herramienta para conseguir una igualdad efectiva. De esta manera, a diferencia de la igualdad, la equidad no consiste en tratar a las personas del mismo modo, sino en tener en cuenta las circunstancias personales y establecer acciones concretas para subsanar las desventajas para que todos puedan partir de una posición igualitaria.
Por ejemplo, si una pareja y su hijo de tres años van a un restaurante a comer, para que haya igualdad, los tres deberían sentarse en una silla para disfrutar de la comida, aunque el pequeño no llegue bien al plato. En cambio, la equidad consistiría en facilitarle un silla especial o un cojín al menor para que pueda estar a la misma altura que sus padres. Es decir, de este modo, el dueño del local garantiza que todos sus clientes tienen acceso al mismo servicio, considerando sus circunstancias individuales.
En el plano de la equidad, las mujeres también se encuentran en una situación de desventaja debido a algunas diferencias que la sociedad y la cultura han creado a lo largo de los siglos. Por ejemplo, es lo que lleva a que, por lo general, sean las mujeres quienes renuncien a un trabajo para cuidar a los hijos, asuman más cargas familiares y tareas del hogar en detrimento de su carrera, se sientan más inseguras que los varones a la hora de presentarse para un ascenso o prefieran estudiar carreras que por tradición se han asociado al género femenino, como Educación o Enfermería, en lugar de optar por los estudios de ciencias.
Las políticas de equidad pretenden justamente frenar estas diferencias mediante un trato no idéntico a hombres y mujeres, de manera que sea posible equilibrar la balanza e impulsar la igualdad sustantiva.
Como has podido ver, equidad e igualdad de género no son sinónimos. Por esta razón, a continuación te explicamos cuáles son sus principales diferencias.
La igualdad es un derecho universal y, como tal, tiene carácter normativo y vinculante. De hecho, los estados miembros de las Organización de las Naciones Unidas (ONU) tienen la obligación de eliminar la discriminación en contra de las mujeres en el ámbito público y privado y asegurar la igualdad a través de la implementación de medidas judiciales, legislativas, administrativas o de cualquier otra índole.
En cambio, la equidad se basa en un componente ético. Por ello, las medidas que se adopten bajo este principio emanan de una concepción específica de lo que se considera “justo” o “injusto” por cada sociedad y en cada momento.
La igualdad es un concepto objetivo que se traduce en la uniformidad absoluta. Por ejemplo, si tienes que dar 10 euros a dos personas, lo igualitario sería repartirlos a partes iguales: cinco y cinco. De este modo, la aplicación de la igualdad de género se puede medir. De hecho, el Índice Europeo de Igualdad de Género evalúa la igualdad de género en la Unión Europea, con Suecia a la cabeza del ranking de países más igualitarios.
Por su parte, la equidad es una idea subjetiva. Siguiendo el ejemplo anterior, puedes dar tres euros a una persona y siete a la otra porque consideras que la segunda, al estar desempleada, necesita más apoyo. Sin embargo, la primera puede argumentar que su situación laboral es fruto de su esfuerzo y ve esta decisión injusta.
Por último, otra de las diferencias entre equidad e igualdad de género es que, mientras que este último concepto tiene el carácter de meta, esto es, de situación ideal a conseguir, la equidad se configura como la herramienta o el proceso para agilizar la consecución de la igualdad. Es decir, lo idílico sería que existiese una igualdad real entre las personas, de modo que no fuese preciso adoptar medidas de equidad para disminuir las desigualdades.
Si la equidad es el proceso, la discrimación positiva serían los pasos necesarios para recorrer el camino. Dado que, como señala el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de la ONU (CEDAW), “un enfoque jurídico o programático puramente formal, no es suficiente para lograr la igualdad de facto de la mujer con el hombre”. Los gobiernos, las instituciones y las organizaciones deben poner en marcha medidas concretas que supongan un trato de favor hacia las mujeres para reducir la discriminación de género.
Es el caso de las llamadas leyes de cuotas, que se han promulgado en muchos países, en las que se fija un porcentaje mínimo de representación femenina en los cargos públicos para reforzar el acceso de la mujer a los órganos de gobierno. Y es que se debe tener en cuenta que solo en 22 países hay Jefas de Estado o de Gobierno y 119 países nunca han sido presididos por mujeres, según ONU Mujeres.
Otro ejemplo sería la obligación impuesta a las empresas españolas de contar con un registro retributivo desde el 14 de abril de 2021, en el que deben constar los sueldos de la plantilla de forma detallada y diferenciada por género. ¿El propósito? Luchar contra la brecha salarial entre hombres y mujeres, que actualmente se sitúa en un 15,7% en Europa, según los datos de Eurostat, Oficina Estadística de la Unión Europea. Asimismo, también encontrarás discriminación positiva en los incentivos que se otorgan a las empresas que contraten mujeres, los programas de fomento de las vocaciones STEM en las jóvenes o las mayores penas en los asesinatos dentro de la violencia de género.
Eso sí, la discriminación positiva no es algo exclusivo de la equidad e igualdad de género, sino que tiene su reflejo en cualquier situación en la que un determinado colectivo o grupo social se encuentre en situación de desventaja. De este modo, las puedes observar en el cupo de plazas que se reserva en cualquier oferta de empleo público a personas con algún tipo de discapacidad, en los descuentos en actividades culturales que obtienen los jubilados o en las becas a las que pueden acceder los jóvenes con pocos recursos.
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