Expresiones como "voy a tope", "vamos de cabeza con todo", "vivo estresada" o "no me da la vida" son cada vez más frecuentes, especialmente en el contexto laboral. El estrés, que hace una década comenzaba a considerarse "la enfermedad del siglo XXI", convive en la actualidad con nosotros de tal forma que se ha normalizado.
De hecho, si en el trabajo nos preguntan sobre nuestro estado de ánimo y sentimos "tranquilidad", es posible que nos dé vergüenza reconocerlo, porque lo habitual sería contestar con alguna frase típica sobre las pocas horas que tiene el día o el poco tiempo que tenemos para nosotros mismos.
Esta sensación de falta de tiempo impacta directamente en nuestra capacidad (o incapacidad) para compaginar las exigencias del trabajo con el disfrute y atención a otras facetas de nuestra vida personal: esto es, para lograr la conciliación entre el ámbito laboral y el personal.
En términos fisiológicos, el estrés supone la puesta en marcha de numerosos procesos internos y también externos por parte de nuestro organismo cuando este concibe que existe una amenaza real o potencial hacia nuestra integridad física o psicológica.
Según el modelo transaccional del estrés, existen varios factores moduladores de esta respuesta en el equilibrio que realiza nuestro cerebro frente las demandas externas (trabajo, hijos, familia, amigos, ocio, deporte, etc) y los recursos internos (organización, tiempo, motivación, etc).
Este equilibrio debería ser coste-efectivo, pero no siempre es así. En este sentido, la variable tiempo es fundamental. Con un ejemplo lo entenderemos mejor.
Supongamos que Carlota, de 34 años, trabaja a tiempo completo en una empresa reconocida de marketing y comunicación. Carlota entra a las 9 de la mañana y sale a las 7 de la tarde; tiene dos horas para comer, pero come en el despacho enfrente del ordenador porque no le da tiempo a volver a casa y porque así "adelanta trabajo".
Carlota tiene la afición de correr maratones y, para ello, entrena entre 3 y 4 días a la semana; asimismo, Carlota tiene un bebé de un año y otro niño de 3 años que acaba de empezar el colegio. Carlota los adora.
Además, Carlota tiene una pareja a la que quiere cuidar, amigos con los que le gusta salir y, para colmo, una buena relación con sus padres y sus tres hermanas. Seguro que muchos de vosotros, lectores, ya sabéis cuál es la siguiente pregunta: ¿cómo sobrevive Carlota?
Todos somos o hemos sido Carlota en algún momento. El estrés que se asocia con un mal manejo de la conciliación personal y laboral conlleva sintomatología física (mareos, dolores de espalda, bruxismo, etc) y psicológica (culpabilidad, tristeza, impotencia, falta de motivación). Y si se mantiene en el tiempo, hablaríamos de un estrés crónico incapacitante asociado con síntomas de ansiedad y depresión.
Cuando nos encontramos en la situación continua de intentar conciliar el trabajo con la vida personal, llegamos al estado de estrés crónico sin apenas darnos cuenta. Numerosos estudios, a partir de técnicas avanzadas de exploración neurológica, han demostrado que el estrés crónico, especialmente el vinculado con el trabajo y, por tanto, con el hecho de no llegar a una conciliación "sana", produce efectos graves en la estructura y la función cerebral.
En concreto, se ha observado que el estrés crónico conlleva una disminución del tamaño del hipocampo, relacionado con un deterioro cognitivo precoz o una aceleración del mismo en los adultos mayores. Además, se ha comprobado que el estrés crónico también afecta a la expresión emocional, incluso a algunos rasgos de personalidad debido a la atrofia del córtex prefrontal e hipertrofía de la amígdala durante este estado continuo de alerta.
Por otra parte, estudios recientes han evidenciado que el estrés prolongado produce una reducción dendrítica (una parte de las células nerviosas) en zonas concretas e importantes para la memoria, como el hipocampo, y la integración sensorial, como la corteza orbitofrontal.
Asimismo, los últimos trabajos están mostrando que el estrés crónico no solo altera la estructura del cerebro a partir de la capacidad para modificarse en función de las demandas que tiene este órgano, también llamada "neuroplasticidad", sino que simultáneamente se producen cambios en la liberación de ciertos neurotransmisores.
Parece obvio que, con estas consecuencias, todos deberíamos cursar la asignatura de "cómo lograr la conciliación laboral y personal desde un enfoque de bienestar". En este artículo, vamos a compartir algunas sugerencias para alcanzar el equilibrio entre ambos contextos.
Aquí proponemos tres estrategias:
En primer lugar, debemos conocer nuestras necesidades personales y establecer prioridades. Esto implica elaborar una lista semanal con aquellas necesidades que tenemos y asignar en ella tareas para su consecución. Así tendríamos no solo retos laborales propuestos por nuestro supervisor, por ejemplo, sino retos personales que incrementan la motivación y la implicación diaria y van en línea con una conciliación laboral y personal sana.
En segundo lugar, la planificación del tiempo es fundamental. El tiempo que dedicamos al trabajo está establecido en nuestro contrato laboral; sin embargo, la organización de nuestro tiempo personal no la dicta nadie, sino que es una tarea con nosotros mismos. En este sentido, recomendamos fijar un calendario semanal con horarios más o menos fijos en el que integrar tareas domésticas, gestiones, aficiones, ocio, familia... Todo ello según las necesidades que hayamos establecido.
Finalmente, poner el foco en uno mismo. Es común que, en el manejo de la conciliación laboral y personal, dediquemos el tiempo a los demás y a tareas externas sin dejar un espacio para nosotros mismos. Nos es más fácil estar en lo externo que en lo interno y esto puede conllevar sintomatología ansiosa-depresiva a largo plazo. Por tanto, resulta imprescindible que dentro del calendario haya espacio para estar con uno mismo aunque sea para P-R-R: "parar", "respirar" y "reflexionar". En ese punto, el organismo tiene un espacio para sí mismo pudiendo escuchar sus necesidades y enfocar la conciliación desde una perspectiva más pura, sin los sesgos que puede ocasionar la ansiedad, por ejemplo.
En resumen, alcanzar la conciliación laboral y personal es un hito difícil que se puede lograr con algunas estrategias como las mencionadas, a las que se han de sumar una actitud proactiva y flexibilidad cognitiva como dos variables importantes en este manejo del equilibrio entre lo personal y lo profesional.
Este artículo se ha publicado en The Conversation.
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