La adoración de la juventud no solamente ha estado muy presente en disciplinas artísticas como la escultura o la pintura, sino también a la economía: las empresas emergentes despiertan mucha atención. Si los pintores plasmaban en sus cuadros a hombres y mujeres jóvenes y lo mismo sucedía con los bustos en mármol, algo parecido se da en el estudio de las empresas. Desde el economista Joseph Alois Schumpeter, pasando por Frank Hyneman Knight y hasta Israel Kirzner, la investigación académica ha glosado el valor que supone para una economía rejuvenecer el censo empresarial.
Por todo lo anterior, desde hace más de cien años, las administraciones han apoyado con diferentes políticas públicas a los emprendedores. Más recientemente, con la irrupción de la digitalización, se incorporaron a este fenómeno las grandes compañías a la caza de las startups, con sus programas de innovación abierta también conocidos como de emprendimiento corporativo.
Leyes de apoyo a los emprendedores, incubadoras o aceleradoras de startups han sido algunas de las herramientas que han estado muy presentes en la opinión pública en los últimos tiempos. Era difícil encontrar un discurso de un líder empresarial o político que no hablase de los emprendedores. Sin embargo, de unos años a esta parte, hemos dejado de tener tan presentes a las startups, no porque lo joven no siga siendo atractivo, sino por otras razones que me atrevo a exponer.
En primer lugar, hay que recordar que la atención a los emprendedores históricamente ha estado muy vinculada a los ciclos económicos y políticos. Las primeras agencias públicas de apoyo a las pequeñas empresas se crean en EE.UU. tras la Gran Depresión, en los años 30, pero no es hasta la década de los 70 cuando se convierten en impulsoras de las nuevas empresas tras la crisis del petróleo.
España tendrá que esperar hasta los años 80 para que comience a hablarse de los emprendedores con las primeras agencias públicas en Barcelona y Bilbao, en una difícil coyuntura de reconversión industrial. Habrán de pasar un par de décadas para que los emprendedores vuelvan a tener protagonismo en nuestro país, coincidiendo con la crisis del 2008.
Prácticamente en cada ciudad se promovió un semillero de empresas (instalación pública con espacios para alojar a empresas nacientes y apoyo para sus primeros años), así como normas de apoyo de todo tipo.
El relevo lo toman las grandes empresas poniendo el foco en las startups en la década pasada con Telefónica y Repsol como pioneros con sus incubadoras. Estas son plataformas que ofrecen infraestructuras y servicios, y están diseñadas para impulsar la creación, el crecimiento y la consolidación de proyectos emprendedores emergentes y conectarlos con diferentes agentes.
Otra medida de impulso es el corporate venture capital, una herramienta de emprendimiento corporativo basada en inversiones minoritarias en el capital de empresas de reciente creación, realizadas a través de la estructura formal de un fondo de inversión.
Este interés se extiende, hasta la etapa de la pandemia de covid-19, por todas las grandes empresas con la madurez y democratización de la tecnología. En los años anteriores a 2020, es imposible encontrar una gran empresa sin una acción en este campo. Generalmente, una aceleradora de startups, que no solo ofrece espacio y asesoramiento a los emprendedores para evitar que mueran en los primeros años de vida. sino que también añaden la posibilidad de que los gestores de la misma inviertan en el capital de la startup para "acelerar" su crecimiento, de ahí su nombre.
Este breve repaso nos recuerda que el apoyo al emprendimiento ha pasado por diferentes oleadas, es decir con picos y valles.
El emprendimiento, en el imaginario social, se asocia con la juventud. No obstante, el actual envejecimiento de la población ha provocado que cada vez haya menos jóvenes y, por tanto, cada vez haya menos emprendedores de esa edad.
El III Mapa de Talento Sénior puso de manifiesto que hay muchos más emprendedores autónomos seniors (977.000) que jóvenes (189.000). El colectivo de jóvenes en España ha pasado de ser más de 8 millones en 2008 ―fecha de una de las oleadas de atención a los emprendedores― a poco más de 6 millones en la actualidad. Menos jóvenes, menos atención pública.
Por último, como certifican varios informes como el Global Entrepreneurship Monitor (GEM) o la estadística nacional (INE), las vocaciones empresariales han caído en los últimos años en España. El interés por crear una empresa pasa por horas bajas, quizás influenciado por el desprestigio que ha sufrido la figura del empresario por los ataques desde el mundo político.
También ha podido afectar la última oleada de difusión del emprendimiento que llevó a emprender a muchas personas que finalmente tuvieron que cerrar su empresa por los rigores de la pandemia. Tampoco puede obviarse que el emprendimiento es una actividad que exige mucho esfuerzo en un periodo como el actual, en el que se busca equilibrar la vida personal y la profesional con fenómenos como "la gran dimisión".
En cualquier caso, que no se hable tanto de emprendimiento no es un drama, ya que lo realmente importante, como han puesto de manifiesto recientes estudios, es que la economía cambie, gracias a los emprendedores, a un sistema basado en la innovación. O lo que es lo mismo, y por terminar hablando de cultura como empezó este artículo, pasar de las musas al teatro.
Este artículo se ha publicado en The Conversation.
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